Lo elemental está siempre ahí. Parece que pendiente de cumplir su función, de captar nuestra atención para lo más primario, y tras cumplir su necesidad, desaparecer de nuestra mente.
Por ello, cuando lo esencial nos falta, lo que creemos secundario se convierte en fundamental, la vida cobra el verdadero sentido que tiene de valorar todo en su justa medida y con la atención que todo lo que nos rodea precisa.
Un ejemplo pueden ser las palabras que se agolpan en la mente furibundas por encontrar su posición exacta en esta carta al infinito que lanzan los frenéticos dedos contagiados del febril impacto tras percutir el teclado sin culpa ni temor. Esas palabras, normales cuando esperan su momento de apuntalar una idea, son esenciales y especialmente apreciadas cuando no se asoman por más que se las ruega. Por tanto, una oda a las palabras y a su sútil y ansiado encuentro con la mente podrían ser las hileras de letras que preceden a estas otras palabras que prosiguen la cascada infinita de caracteres que podrían aparecer.
De odas, de lírica, de magia a través de las palabras sabía mucho el maestro Pablo Neruda. Aquél que miraba una cebolla y le salía algo tal que así:
Cebolla,
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura...
De esa inmensa lírica que rodeaba a Neruda, se han querido contagiar (aunque solo sea un poco) los miembros del Club Radiofónico de Lectura y Escritura que han poetizado sobre el código de barras y sobre el papel, creando estas Odas Trascendentales.
Las palabras comienzan a salir con cuentagotas. Del colapso han pasado al pasmo. El grifo se cierra, el papel se acaba, la tinta ya se secó.
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